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jueves, abril 18, 2024
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Adultos con respeto a la vida se necesitan

El Covid cambió ciertas conductas, algunas para mal. Y es lo que sucede en pleno centro de la ciudad. Los vecinos se quejan, y tienen razón. La mayoría de estos hechos son protagonizados por adolescentes y niños, pero es claro, que la responsabilidad es de los adultos.

 

Grupos de niños y adolescentes que han tomado a la Plaza San Martín como circuito de carreras. Por fuera y por dentro. No lejos de ellos, sus dos madres charlan animadamente en los bancos centrales del principal paseo de la ciudad. Sus hijos están divertidos y seguros.

Ellos van y vienes en sus bicicletas caras y se asombran si un adulto les dice que no pueden poner en riesgo al resto de los vecinos, que hay muchos niños a las cinco de la tarde en la plaza.
Ellos se encogen de hombros, se ríen sorprendidos de saber que están rompiendo la ley y la convivencia y poniendo en riesgo a niños y ancianos que transitan a las 5 de la tarde por el lugar. ¿Cómo va a ser eso posible si sus madres los trajeron y están ahí? piensan.
Es todos los días y no hay cuidadores ni policías que alcancen. Ni adulto que no reciba insultos bárbaros si los corrige.

 

Pasan cosas
Pero las desgracias tienen la particularidad de no existir hasta que suceden. Es su modo de hacer daño.
En una de esas tardes, papá y mamá pasean despreocupadamente con su niña de unos 2 años por el centro mismo de la plaza San Martín, al pie del Monumento con la Imagen del General San Martín custodiando. ¿Qué le puede pasar a la pequeña? piensan. Y tienen razón.
Un chico que viene a toda velocidad con su bicicleta cara no la ve, aparece de repente y la choca a la niña. Resultado: tres dedos de su manito, quebrados. La niña llora por el dolor, los padres desesperados no saben qué hacer y los chicos asustados huyen. Nadie se hace cargo.
Hay peleas de pibes, adolescentes fumando. Y hasta el caso de una chica junto a otro adolescente tomando alcohol y fumando Marihuana hasta que la jovencita queda semi inconsciente tirada en el pasto.
Los vecinos del centro están enojados, molestos, se “prenden fuego” apenas escuchan el principio de la pregunta del cronista. Y dicen -no pocos- que el Covid trajo una suerte de desprecio por las reglas de convivencia, que no las produjo la gente humilde de los barrios. Sino la gente con mayor cultura.

Una especie de “si no me pasa a mí no existe” o de “si no me afecta a mí no me importa”.
El hecho ratifica que no es cierto que la desgracia colectiva saca lo mejor de las personas, sino que está a la vista que, en no pocos vecinos saca lo peor de su persona.

Ese desprecio por el otro tan desgraciado. Y los pibes ven y aprenden. Porque si lo hacen o promueven los adultos, debe ser lo que corresponde hacer.

Y no es culpa de la policía o de la municipalidad, es claramente un acto de responsabilidad y conducta ética social.