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miércoles, abril 17, 2024
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El niño que aprendió de la mano de su padre

Los cafés humean en el escritorio. El hombre común ensaya una sonrisa de recibimiento en su espacio donde durante tantos años ha pergeñado inversiones y negocios que generaron el bien entre la sociedad esperancina y de otras localidades. Un bien que siempre es escaso: el trabajo.

 

Lejos ha quedado, pero tan vívido, aquél recuerdo cuando ingresaba, de la mano de su padre cuando niño, enfrente de su casa, al tallercito de su papá, Lito Eleuterio Gonella. Nombre que lleva con orgullo la sala principal del Centro de Industria y Comercio y, singularmente, aunque pocos lo sepan, también lleva el nombre de otro Gonella, Edgardo Gonella, el salón del Club Sportivo del Norte, una de las instituciones deportivas buques insignia del Barrio Norte y donde, increíblemente, Edgardo Gonella fue tesorero de la comisión directiva, ¡ a los 13 años! cuando transitaba la presidencia Henry Farrás en el año 1954, y recuerda con alegría y emoción el campeonato de 1968 de la Liga Esperancina de Fútbol cuando su padre, Lito Gonella, era presidente de Sportivo del Norte.
Hoy, María Eugenia, una de sus hijas, con devoción hacia el club de su padre y de su abuelo -la que cuando niña llegaba en ojotitas- tiene un especial apoyo con obras trascendentes para el crecimiento de ese venerado club de esa barriada humilde, de gente de trabajo, en el norte de la ciudad.
María Brunelli fue su madre. Prima hermana de Feliciano Brunelli, aquél extraordinario músico por quien por admiración Edgardo aprendió desde los seis años y medio acordeón a piano, y a los 15 era profesor de teoría y solfeo y acordeón a piano.
Resta decir, en una vida próspera en lo humano, que a los 31 años fue el presidente del Club de Leones más joven de la historia en Esperanza y que bajo su presidencia fue creado el Hogar de Ancianos “Aldo Bustos”, que hoy viernes 29 de abril cumple 50 años de vida.

Un sorbo de café sirve para hacer una pausa en la animada charla.

Edgardo busca afanosamente una foto de cuando, con pantalones cortos, a los 11 años, junto a su padre en su modesto taller, Gonella y Esperanza, fabricaban la primera caldera. Hijo único, el niño comenzaba a fraguar en su alma, lo que el destino enseña, incluso con golpes de martillo al corazón, lo que era aprender a trabajar y generar trabajo para centenares de familias. Un aprendizaje con una riqueza espiritual absolutamente extraordinaria. Y que años después, hoy, su hijo “Carlitos”, repitiera y reitera como tradición familiar, de la mano de su padre Edgardo.
Para hacer del apellido Gonella, un signo y un símbolo de Esperanza industrial a la Argentina y al mundo.
Pero hay que volver hacia atrás. Cuando Edgardo nacía el 17 de octubre de 1940. Vaya día para nacer en Argentina.
Sus primeros palotes fueron en la escuela Anthony, que se ubicaba en ruta provincial 70, donde hoy existe una mueblería, cerca del ingreso al Parque Nacional de la Agricultura desde Ruta Provincial 70.
Desde 2do hasta 4to grado lo hizo en la histórica Escuela San Martín de Avenida Los Colonizadores, en quinto grado fue el mejor promedio en el Colegio San José, pero en sexto y último grado de la primaria de entonces, fue segundo, porque le ganó por centésimas “Nicho” Fontana, el conocido trabajador municipal, locutor y periodista radial.
Hasta segundo año del nivel medio fue al San José, el histórico colegio de los Padres Verbitas, y desde tercero a quinto cursó estudios medios en la Escuela Normal Superior.
Y en esa instancia de su vida adolescente conoció en el aula de la Normal a quien sería su amor y su esposa, Carmen Regina Wagner, con quien se casó a los 22 años. Y con quien tuvo tres hijos: María Sol, María Eugenia y Carlitos.
Pero en el medio de todos esos días y años de pasar de niño a joven y luego a adulto, era un culto cotidiano, cruzar la calle para ir al espacio que comenzó como un tallercito y al que, cuando estaba en el tercer año de la Normal, como había aprendido mecanografía, iba y ayudaba con sus 15 años, a redactar las cartas y demás papelería y documental de entonces, en el galponcito de lo que es hoy Aufranc al 1237.
Es que en ese galponcito comenzó su padre, Lito Gonella, tras haber dejado su trabajo en la FAEL -donde había ingresado en 1943 y trabajó hasta 1948- la empresa de los sueños.
Así, padre e hijo fueron desandando caminos e historias y sembrando nuevas estrellas, hasta que en 1952 los Gonella fabrican la primera caldera, cuando él tenía 11 años. Era el tórrido febrero cuando con sus cuatro obreros, Lito Gonella cumplió su primer sueño.
Edgardo recuerda sus nombres: Jacinto Marchetti -su hijo y su nieto fueron y son parte de la historia de la empresa ayer y en la actualidad-; Alfredo Amaya, Mario Beresvil y Horacio Rossa. Esos eran los trabajadores que ayudaron a hacer historia, construyéndola bajo el liderazgo de Lito Gonella.
Con la fábrica ubicada metafóricamente “en el patio de la casa”, es decir, enfrente de su hogar actual, siguió estudiando luego de la secundaria, en 1957 para contador nacional.
Muy joven, ya era un estudiante avanzado de la carrera. Y cuando le faltaban tres materias para recibirse, se fue de viaje a Europa.
Junto con “Chelo” Donnet y Rubén Quaino, formaron un cuadro de avanzada de entonces y tras hacer una rifa, recaudaron dinero para con PROVEC, una entidad que especializaba a estudiantes avanzados, a más de dos meses viajar Europa para realizar diferentes experiencias en varios países como Inglaterra, Bélgica, Alemania y otros. Un mes estuvo en Italia, patria de sus ancestros. Y cuando regresó, increíblemente, no quiso rendir las tres materias que le faltaban. Mientras, su padre ya tenía la empresa que es orgullo de la ciudad y de la provincia de Santa Fe, SA Lito Gonella e Hijo ICFI.

El diálogo en un ambiente cálido y sencillo es fluido. Contando con un riquísimo anecdotario.

En algunos momentos los silencios se hacen profundos. Y en algunos instantes, el dolor también se hace presente y demuestra que es parte del crecer del ser humano. Y el tiempo, para mal, le reservaba a Edgardo Gonella uno de los peores momentos de su vida.
El 25 de junio de 1974, a los 33 años, Edgardo se queda solo al frente de la fábrica. Fallece su padre y es hijo único. Aquél niño que entraba al taller de la mano de su papá, ahora debía convertirse, pese a ése y otros pesares, en el líder de la empresa.
Era el tiempo del gobierno de María Estela de Perón y del ministro de Economía de la Nación, José Ber Gelbart, un judío polaco, primero miliante comunista y después peronista que había llegado a la Argentina para ser vendedor ambulante en las provincias de Tucumán y Catamarca.
El gobierno argentino le había dado un crédito a Cuba para comprar calderas. Y Don Lito le vendió 303. En diciembre de 1973 se firmó el contrato y trabajaban en Gonella 300 operarios. Y fabricaban a razón de una caldera por día.
Hasta que Edgardo Gonella debió viajar a Cuba para renegociar el contrato tras el fallecimiento de su padre.
El 26 de marzo de 1976 estaba en La Habana, cuando lo llamaron para contarle que el gobierno peronista había caído bajo la dictadura militar. Y con ello, nacía el acto de ruindad para los Gonella y sus 300 trabajadores.

Apostando todo al sector externo, habían perdido el mercado interno. Era el momento de la nada misma. Y el joven empresario retornó al país y en el aeropuerto internacional de Ezeiza trató de mostrar casi nada el pasaporte, sellado desde Cuba. No eran tiempos para parecer amigo de Fidel Castro, precisamente.
Y cuando ingresó a la Argentina y llegó hasta los galpones de la industria en Esperanza, tuvo frente a sí a los 300 trabajadores que miraban con ojos de angustia y buscaban una respuesta. Con el mercado interno sin contratos y el negocio con Cuba muerto, no había trabajo. Pero, sin un solo grito ni discordia, doscientos trabajadores aceptaron el pago de triple indemnización ofrecido por la empresa. Sin un solo conato de violencia, quedaron 100 trabajadores para acompañarlo. Y paso a paso, se fue recuperando el mercado interno y fortaleciendo a la empresa.
A los 27 años, el ingeniero industrial Carlos Gonella se hizo cargo de la empresa y el pequeño niño Carlitos, pasó a ser Carlos, a la imagen de su padre Edgardo, como ayer fuera su padre con su abuelo Lito. Haciendo lo mismo que su padre y su abuelo: Trabajar creando trabajo para fortalecer a las familias esperancinas y de toda la zona.
Hoy la firma Gonella, con su fábrica industrial de calderas y tanques, genera trabajo directo en sus plantas de Esperanza, provincia de Santa Fe, y de la ciudad de Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos para 305 operarios.
La empresa industrial láctea de leche en polvo en la localidad de Franck, también en el departamento Las Colonias junto a la planta de balanceados, que se ubica contigua a la anterior, promueven trabajo para 100 trabajadores.
La empresa de producción primaria La Ramada tiene 3 mil vacas para la producción de leche y emplea a 120 personas.
Es decir, si la suma es correcta son 525 puestos de trabajo, en blanco y directos. Es imposible calcular el empleo indirecto, como transportistas de leche, talleres, montajes y demás tareas colaterales a las empresas, y que ejercen trabajadores tercerizados.

Pasaron dos horas de la entrevista que parecieron minutos. Las tazas de café están frías, pero la pregunta enciende el apasionado corazón del descendiente de italianos: Se puede pensar en generar trabajo en la Argentina de hoy.

“Todo lo que se hizo, lo hicimos trabajando, sin prebendas con nadie. Somos gente de trabajo y generadores de empleo, como los que hicieron las bases de nuestro país. Pero, a mi edad, soy consciente que con la generación de cada vez más impuestos, los altos costos financieros al capital de trabajo, las enormes dificultades para importar insumos para producir, sólo quien tenga una empresa saneada económica y financieramente puede pensar en crecer.
Puede haber algún nicho de mercado emergente, en agroalimentos, energía o tecnología, pero creadores de nuevas empresas, pareciera inviable en estas circunstancias.
Por ejemplo, se hace Vaca Muerta, pero no se realiza el gasoducto para que podamos usar esa energía.
Es un país que siempre está incompleto.
Más, el perjuicio del gobierno peleándose con quienes son generadores de dólares para el país y, especialmente con el campo, que podría producir el doble de lo que hoy produce si recibiría políticas que lo alienten a hacerlo, es peor perjuicio aún. Además, es necesario racionalizar el gasto público y el Estado mismo.
Un país es como una familia, si uno trabaja y todos gastan, entran 10 y salen 15 pesos.
Los 5 pesos que faltan lo vas a ir a pedir. Y no se puede vivir ni crecer con la dádiva y el préstamo. Hay que trabajar y enseñar a trabajar” expresa quien de esas cosas sabe por haberlas vivido por tres generaciones.