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martes, abril 23, 2024
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El pic nic de la semana como estrategia de salud mental en familia

 Magalí es docente de nivel inicial. Cecilia es profesional terapista ocupacional. Son mujeres jóvenes esperancinas, madres de familia con niños muy pequeños a los que les “quitaron” el Jardín de Infantes por los que preguntan todos los dias ¿Mamá cuándo vamos otra vez al Jardín”?. Es jueves a la siesta en el paraíso natural conquistado alguna vez a las cavas del Este. Casi nadie en el enorme verde del lugar.

“La gente viene una hora, camina por el Parque de la Agricultura Nacional con uno o dos hijos para correr, o es una pareja de novios, tal vez dos mujeres amigas que hacen el circuito físico caminando, generalmente después de las 18 que es cuando hay más gente. El hermoso predio con sus lagos está cerrado por la Municipalidad  al tránsito vehicular” cuenta un kiosquero a cronistas de este medio.

Las dos amigas son vecinas del barrio. Un día se encontraron y planificaron el recreo con sus hijos. Una vez por semana se juntan a la sombra de la arboleda, despliegan el mantel donde se ven los sandwichitos, las gaseosas, los productos de copetín en medio de la paz y el canto oportuno de los pájaros.

La mesa del pic nic casi no está tocada. Los chicos prefieren jugar a andar en bicicleta y correr por el parque y el verde.

Una pareja de amigas caminan por el sector haciendo ejercicios y se saludancon ambas, para luego contar éstas las peripecias de un mundo que ha cerrado el ejercicio de sus profesiones que aman, y a la inhumanidad de no poder ver a sus alumnos o personas a la que sirven, a una vida por internet sin un abrazo con los que sirven y aman. Mientras ha convertido a sus casas en cárceles pequeñas y a la ciudad en una cárcel un  poquito más grande.

“Los niños necesitan estas horas de convivencia, de retornar un poco a la felicidad de estar en familia, al aire libre, con otros niños, pasear en bicicleta, compartir, recuperar esa salud mental y afectiva que necesitan para crecer” opinan, en el marco de ese micro paraíso personal que han construido en la siesta de los jueves en Esperanza.

“Estuvimos encerrados en nuestras casas por largo tiempo, cumpliendo con los protocolos sanitarios, y lo seguimos haciendo, pero consideramos que los niños y la familia precisan conservar la salud mental e inventamos este recreo para ellos y para nosotras” confiesan con honestidad y “venimos a la siesta porque no hay gente en el parque y podemos estar aislados y preservar a nuestras familias” subrayan con sinceridad.

Sobre el mañana próximo no ven con ojos esperanzados y todo el tono de lo que sentencian está cargado de incertidumbre. El peor de los sentimientos que puede tener un ser humano.

En el mientras tanto, reinventan una vida que tuvieron hasta el marzo de 2020, fatal, en que entró en la ciudad el Covid-19 con su desgraciada realidad de llevarse sus profesiones y gran parte de sus vidas y sus propias familias, a una vida a través de las pantallas de las computadoras y los teléfonos y que ha condenado a toda la humanidad  mundial a vivir sin un beso o un abrazo y encarcelada tras un barbijo.