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martes, abril 16, 2024
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En la barricada del periodismo: el Menem de Alaniz

A raíz del reciente fallecimiento del ex presidente Carlos Menem, he seleccionado algunos textos periodísticos escritos por el articulista y escritor santafesino Rogelio Alaniz. En ellos hay una descripción interesante de lo que significó el menemismo. Los textos escogidos forman parte de un libro de su autoría, prologado por Juan Carlos Portantiero, titulado La década menemista. En él se realiza una crónica puntual de las desdichas colectivas.

El primero de los artículos seleccionados es de 1990 —“Menem y la fidelidad al peronismo”—. A partir de la decisión de enviar tropas al Golfo Pérsico, Alaniz observó una continuidad de “aquella cultura política peronista (…) donde las alternativas internas para la Argentina dependen de un conflicto bélico de carácter internacional”.

En la Guerra del Golfo, como episodio iniciático de las relaciones carnales, el columnista de El Litoral, hubo advertido una característica fundamental del régimen: “Trabajar sobre hechos consumados, sin reparar en procedimientos y en las objeciones ideológicas”. Ese era, para él, uno de los rasgos distintivos del menemismo.

Inescrupuloso por excelencia, el Menem de Alaniz, lograría que sus declaraciones “no sean tomadas en serio y que las responsabilidades de sus errores caigan siempre sobre las espaldas de otro”.

El autor, quien supo cursar los Seminarios de la Maestría en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Litoral y además era regularmente convocado a las reuniones del Cemupro Santa Fe, donde, por entonces, descollaba el historiador Darío Macor, ha sabido prestar atención al tipo de sociedad que le dio sustento al menemismo. En ella vio gente “dispuesta a identificarse con ese liderazgo, tal vez porque no tenía otra alternativa” o porque su identidad con los valores de Menem “es más profunda que lo que ella misma está dispuesta a reconocer” (“El «talento» de Menem”, 1992).

Frente a las tradicionales disputas palaciegas, por caso las del ministro de Economía, Domingo Cavallo y el entonces Presidente de la Comisión Nacional de Valores, Martín Redrado, Alaniz ha postulado que, justamente, esas internas fueron una forma concreta de ejercicio del poder. Esas internas eran un compuesto de “resabios de la tradición populista, del clientelismo conservador, de los pactos familiares y de la concepción movimientista cara al folclore peronista”.

En ese sentido, afirmó que “la estructura de poder menemista poco tiene que ver con la tradición democrática liberal de los partidos políticos, y se parece, cada vez más, a un esquema de poder pre político cuyo antecedente más inmediato es posible encontrarlo en los caudillismos de las provincias del Noroeste, que hallaron en figuras como Saadi, Menem, Juárez o Sapag a sus paradigmas perfectos” (“La república menemista”, 1994).

Promover una cosa en el llano y realizar lo contrario más tarde

No puede soslayarse en un diagnóstico del menemismo, además de la amoralidad y la falta de escrupulosidad generalizada, su tónica transgresora.

De hecho, fue el único presidente divorciado de Argentina, con una familia identificada con las bondades del Islam, aceptado sin reproches por las autoridades eclesiásticas.

¿Y los sindicatos? “Obedientes y dóciles con el poder, prepotentes hasta la soberbia, corruptos hasta la ingenuidad, encontraron en este presidente una razón y una causa con la cual identificarse”. “Demás está decir”, escribía Alaniz en 1995, “que los derechos de sus afiliados se debilitaron, pero como consuelo se fortalecieron sus bolsillos, gracias a las privatizaciones, las coimas y la llamada «modernización sindical»”.

Un año después de esta crónica, a la que tituló “¿Y si Menem tuviese razón?”, su sentencia sobre las incorrecciones políticas, seguirá firme: “La llamada transgresión menemista suele presentarse como una ruptura con el orden pacato. Un presidente corriendo detrás de una pelota, de la cintura con alguna diva o montado arriba de una Ferrari, rompe con la imagen tradicional de mandatarios almidonados y ceremoniosos. Sin embrago, solo los ingenuos o los tontos pueden creer que esto tiene algo que ver con la rebeldía. Menem no es un transgresor, es un frívolo; no es un rebelde, es un conformista; no contradice la realidad, se adapta a ella; sus vulgaridades no cuestionan el orden, lo confirman” (“Farándula y Menemismo”, 1996).

Chau Menem

Finalmente, la idea de una continuidad con el régimen militar excede, en su punto de vista, la consabida familiaridad de las reformas que van de Martínez de Hoz a Cavallo, de la Reforma Financiera a la Convertibilidad.

Alaniz equipara los históricos golpes autoritarios con la banalización y corrupción en la cual el menemismo hundió a la Democracia.

En tren de hacer un balance de la década, en 1999, el autor puso en ciernes la dudosa, la “dolorosa”, diría Portantiero, compensación que recibió la sociedad argentina, a cambio de su entrada en el primer mundo.

La Alianza, venía a restaurar los daños ocasionados por las terapias de shock y la cirugía mayor sin anestesia.

No obstante, Argentina, luego del vendaval, se hizo más pobre e injusta. Las privatizaciones se mostraron a cara descubierta: un negocio de amigos en el cual se vende la propiedad pública a cambio de favores.

Una vez derrotado en las urnas, el presidente De la Rúa no tardó demasiado en poner en el cargo de ministro de Economía del gobierno de la Alianza, al mismo hombre que diseñó y ejecutó el desguace.

Y la tristeza parece no tener fin.

Portantiero, en el prólogo, aboga por un juicio histórico sobre la experiencia. Por vocación, se ha  recurrido al desperfecto veredicto de nuestra subjetividad, al periodismo y a su tarea de compensar esa carencia historiográfica, con vigorosas crónicas.

Con la inteligencia que le conocemos, a cerca del menemismo, Portantiero hará notar que “seguimos oprimidos por lo que esos años han dejado como herencia”, años en los cuales se “ha miserabilizado moral y materialmente a la sociedad argentina” y, ahora sí, para terminar, en palabra de Alaniz, “alguna vez, cuando miremos hacia el pasado, todos nos sentiremos dominados por un inefable sentimiento de vergüenza. Y cuando nuestros hijos y nietos nos pregunten por lo ocurrido no sabremos qué respuesta darles porque, mal que bien, todos nos sentimos responsables de lo sucedido”.

Mauricio Yennerich