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viernes, marzo 29, 2024
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Exhortaciones en cuarentena

La palabra cuarentena tiene un fuerte significado religioso. Es una puesta a prueba. El pueblo de Israel, en su marcha de cuarenta años hacia Tierra prometida, fue puesto a prueba, del mismo modo, “Jesús fue llevado por el Espíritu Santo al desierto, para que el diablo lo pusiera a prueba” (Mt. 4: 1, 3), desolación en medio de la cual hubo de ayunar cuarenta días, con sus cuarenta noches.

En los peores momentos, los cristianos han dejado constancia de sus exhortaciones: a ser cautos, a perseverar, a mantenerse despiertos. Compartir pasajes de esta infusión de inteligencia y coraje, nos ha parecido muy oportuno, dado los momentos complicados que nos han tocado vivir desde que fueron establecidas las medidas constitucionales de distanciamiento social, para enfrentar la pandemia de COVID-19. Medidas también denominadas cuarentena.

En sus primeras tribulaciones en el Huerto de Getsemaní, a instancias de que Pedro, Santiago, Juan y Andrés le habían pedido que les dijera cuándo sucedería aquello que predijo, es decir, cuándo “no quedará piedra sobre piedra y todo será destruido”, Jesús les explica que las guerras, los terremotos y el hambre, serán sólo el comienzo.

Además, en medio de la confusión, tristeza y desolación que siente al constatar su inminente “vuelta al Padre” y ante la revelación del advenimiento de tiempos difíciles para la humanidad, en los cuales, por un lado, entre las gentes comunes, “el hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los matarán” (Mc. 13: 1, 13), y, sus elegidos, los discípulos, y los discípulos de éstos, “serán odiados por todos a causa de Su nombre”, Jesucristo, primeramente, eleva una oración por sí mismo, luego, por sus discípulos y, finalmente, por todos los que creen en él.

En un fragmento de la Oración de Jesús por sus discípulos, ha sentenciado:

“(…)

Ya no estoy más en el mundo,

pero ellos están en él;

y yo vuelvo a ti.

Padre Santo,

cuídalos en tu Nombre

—el Nombre que tú me diste—

para que sean uno como nosotros.

(…)” (Jn. 17: 11).

 

En la Primera Carta a los Corintios que ha escrito Pablo, conocedor de la inmoralidad de las costumbres de sus habitantes, al haber estado viviendo más de un año en Corinto, la ciudad capital de la provincia romana de Acaya y, por entonces, la más grande de Grecia, el Apóstol insta a los suyos a estar atentos. En ella ha dejado escrito: “(…) permanezcan firmes en la fe, compórtense varonilmente, sean fuertes. Todo lo que hagan, háganlo con amor” (1 Co, 16: 3).

En otra ciudad, Colosas, ubicada unos kilómetros tierra adentro de la franja del litoral marítimo del Egeo-Mediterráneo, en la Península de Anatolia, por aquellos años, le informara Epafras que habían estado surgiendo toda clase de doctrinas erróneas sobre Cristo, tales como las del falso ascetismo. Pablo, preso por su prédica en Roma, decidió escribir —entre los años 61 y 63— la Carta a los Colonenses. En ella, exhorta a los cristianos, diciendo:

Revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. Sopórtense unos a otros y perdónense mutuamente siempre (…). Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección. Que la paz de Cristo reine en sus corazones (…) (Col. 3: 12, 15).

Asimismo, para finalizar, hemos encontrado que, en sus Últimas exhortaciones, aconseja:

Perseveren en la oración, velando siempre en ella con acción de gracias. Rueguen también por nosotros, a fin de que Dios nos allane el camino para anunciar el misterio Cristo, por el cual estoy preso y para que yo sepa pregonarlo en la debida forma.

Compórtense con sensatez en sus relaciones con lo que no creen, aprovechando bien el tiempo presente: Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido (Col. 4: 2, 6).

En tiempos de cuarentena, de distanciamiento social, de encierro, de reconocernos profundamente en el prójimo, desde los medios de comunicación, lo menos que podemos hacer, es procurar la paz de nuestros corazones. No alentar la confusión y menos que menos, sentimientos de rencor. En consecuencia, hemos recuperado estas exhortaciones para apropiarnos de ellas y valorar al prójimo, ante todo, por ser capaz de ejercer las virtudes, entre las más altas, en estos días sombríos, prevalece la prudencia y la templanza.

Y siempre, pero siempre, la fe en Dios.

(En la imagen: enfermos en cuarentena en la época medieval. Nadie sabe a ciencia cierta porqué el número cuarenta. No obstante, se sabe que la primera enfermedad documentada a partir de la cual se impuso la cuarentena, fue la lepra).

Mauricio Yennerich