Un gusano pequeño nació de un huevo. Sin mucho esfuerzo se subió al manzano del jardín donde crecia y comía sus frutas. Se bañaba en las hojas cuando la lluvia y tomaba sol tumbado a la sombra de los pistilos de las flores.
Hoyos y pequeñas lesiones se formaban en la manzana donde él residía desde cuando unas moscas pusieron sus huevos.
La larva dañaba la carne de la roja manzana dejando cicatrices marrones grandes. Cuando la larva se alimentaba para ser gusano, la fruta quedaba cada vez con más agujeros y muy deforme hasta dejarla arruinada.
En ese mismo jardín un capullo encerraba otra vida en un huevo. Era una larva semejante a los gusanos, llamada oruga, que se alimentaba de las hojas de una planta y de los tallos. Pero lo hacía con especial cuidado, siendo agradecida porque era consciente que la extinción de la planta en donde crecía podía arrastrarla a la muerte a ella misma.
Como se transformaba en una mariposa Monarca, debió comerse la cáscara de su propio huevo y se convirtió en larva, alimentándose de la planta hasta ser una oruga. En su tercera fase y ya como crisálida debió luchar para romper su bolsa protectora hacia la libertad, emergiendo con sus colores, negro, naranja y blanco en sus alas.
Un día el gusano paseaba despreocupado por las calles del jardín, cuando sin poderlo prever cayó en un pozo.
-¡Ayuda mariposa! Gritó desesperado.¡Quiero salir, necesito tus alas, gritó desde lo profundo de su oscuridad.
-Yo me las he ganado con mi sufrimiento y mi dolor en soledad, y sólo tengo dos alas le explicó la mariposa Monarca.
Pero bien, si sólo de esta manera puedes salir de tu prisión, tómalas, dijo la mariposa y se las arrojó al fondo del pozo.
Con un gesto de suficiencia, el gusano tomó las alas y salió del pozo. Pero como era gusano, le dijo a la mariposa que las iba a llevar a su casa para lavarlas y devolverlas en el estado que las había recibido, a modo de agradecimiento.
Pasaron dos semanas y tras tocar repetida e infructuosamente el timbre de su casa, la mariposa que caminaba por la ciudad debido a su falta de alas, tuvo un mal presentimiento.
Regresó a su casa y vio la carta.
Era de una jueza que le indicaba una orden perimetral de 500 metros de alejamiento de la casa del gusano por acoso sexual. Tampoco podía llamarlo por teléfono ni hablar con persona alguna conocida del gusano y se le puso un bozal periodístico.
Al no tener un documento firmado por prestar sus alas, ni papel alguno que le certificara propiedad sobre las mismas, la mariposa debió caminar para siempre.
De esta manera, y desde entonces, en todas las ciudades del mundo, hay gusanos que vuelan y mariposas que caminan.
Daniel Frank