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viernes, abril 19, 2024
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Los narcos también se enamoran

Había una vez una doncella que vino de cerca, amarrada al príncipe de la blanca. Hasta que una mano negra se llevó su vida de risas, con una bala, en los territorios del sur. Y en el cementerio de la Esperanza se enterró a su amor, con el que compartieron besos y más de un allanamiento.
Dicen que ella quedó desolada mirando pasar autos, camiones, camionetas y demás vehículos en la ruta 70 de la vida.
Cuenta la leyenda que un hombre de las fuerzas de seguridad, un Dragón Azul, que andaba de paso por el reino, cayó rendido a sus pies ante los encantos de la Draculina.
Pero un mal día, los vientos del corazón se rindieron y la desolación sopló en el alma del agente Dragón. Draculina se fue con otro. Sin pensar que su ex amado tenía ya mucha información.
Cúpido suele ser muy misterioso y andar por los callejones del alma, así fue que los secretos del placer unieron a la Draculina con el más pequeño de los bailarines de la noche, donde el carnaval y la blanca encontraban su punto justo.
Y el diablo metió la cola.
Ciego de amor y de malos consejos, el nuevo amado, su familia y ciertos vendedores cambiaron de comprador. Y con el tiempo, fueron sumándose amigos y amigas a una fiesta para pocos, que querían ser muchos.
El jefe de la tribu blanca, más específicamente el Comandante, vio como quienes fueron sus amigos ayer, a los que cuidó y protegió, formaron una familia y rancho aparte, producto de los malos amores y los peores consejos. Pero aseguran los Heraldos de la información que no fue quien llamó a la Caballería.
Dicen, en este relato de ficción, donde las princesas bien vestidas y de la mala hierba abundan -y las cenicientas escasean- que el microemprendimiento de Draculina y sus amigos, se iba convirtiendo en un vergel. Y fue entonces cuando la «mala vibra» del amante abandonado, cual Dragón de fuego, sopló. Y fuerte.
Los demás dragones taconearon a la orden, y se escondieron en el bosque durante días. Por meses. Escuchaban detrás de las puertas. Acechaban mirando por las ventanas. Espiaban y confabulaban. Mientras, afilaban sus dagas para los allanamientos en procura del tesoro de la blanca.
La Draculina y sus amigas y amigos compartían el microemprendimiento, chochas y chochos de la vida, sin sospechar siquiera los oscuros designios escondidos tras el destino de pesos y dólares.
Y un día, cuando el alba despuntaba en la ciudad, se desplegaron cuál ejército de dragones por las calles y barrios. Y la historia entonces siguió por los caminos de la guerra, sin coronel pero con cuartel y esposas.
Cuentan los que saben que algunos están escondidos en sus madrigueras desde donde miran y esperan.
Los Dragones leen what sapp. Controlan teléfonos y tablets. Y los buscan. Es un cuento en un submundo oscuro, sin hadas, y con final abierto.
Daniel Frank