Es un “encuentro dionisíaco” decía Chiqui González refiriéndose al festival de Cosquín. La Ministra de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe sintetizaba así solo algo de todo lo que a la par sucede durante las nueve lunas del Festival. Es que uno anda a tientas cuando intenta quedarse -como siempre; a través del lenguaje- con cierto espíritu general de lo que acontece en los espacios naturales y culturales de esta ciudad cordobesa en tiempos de su celebración más importante.
En todos los artistas, pero también en cada uno de los corazones dichosos del público que día y noche transitan río, calles y plazas, este sueño de una noche de verano cuenta con todos los condimentos de la obra de Shakespeare. Fantasía, sueños, amor, magia y también música y poesía y deseos y excesos y pasiones y encanto y todo eso de nuevo.
No por remanido revelador: A Cosquín hay que venir. Ninguna transmisión ni cobertura logrará captar la totalidad de la experiencia. Y con solo andar -atento y contemplativo o como un torbellino frenético de baile- es justamente el cuerpo el que se re-convierte a cada paso. Se trata al fin del entramado denso de las fiestas populares, que a pesar de lo contaminadas que puedan estar por las fauces del mercado y el capital, o caigan en el peligro de sentenciar a los rituales en reafirmaciones de lo ya visto, siempre se las ingenian para revelarnos el carácter profundo de la vida. Por algo se hizo el canto, el arte y la poesía.
Y es Cosquín desde hace muchos años, sino desde siempre, un festival que suscita aireadas discusiones: por la predominancia de algunos discursos musicales en detrimento de otros, por la confrontación de ideologías y estéticas tanto arriba como abajo del escenario, o por la lejanía que muchas veces se hace visible entre las causas que sostienen los artistas y el modo de recibirlas y procesarlas por parte de los grandes públicos. Pero no hay tiempo y espacio en esta nota para hacer sociología de los públicos masivos. Y lo que podamos endilgarle de negativo a este festival es también una forma de celebrar la pluralidad y el caos de sentido. Además, enumerar aquí la cantidad interminable de imágenes bellamente poéticas que suele entregarnos Cosquín sería demasiado. Y siempre es hermoso (e indomable) ver a los pueblos festejar, aunque después volvamos a casa pensando en los por qué.
Santa Fe en Cosquín
Como en todas las ediciones desde 2009, se presentó en este marco serrano la Delegación Oficial de Santa Fe. La 58º Edición de Cosquín, tuvo en su séptima luna a Los Originales Trovadores junto a un ballet conformado para la ocasión por estudiantes, ex estudiantes y docentes del Instituto Provincial de Danzas “Isabel Taboga” bajo la dirección de Imanol Gabriel Muñoz y de Elizabet Bellini.
La agrupación musical que tiene entre sus integrantes a Carlos Pino (voz histórica de Los Trovadores del Norte, Premio Revelación en Cosquín 1963 con el rasguido doble “Puente Pexoa”) y a Eduardo César Impellizzeri, Gustavo Rubén Gentile y Eduardo Luis Catena, esperancino -todos ellos en la formación desde mitad de los noventa- brindó su recital junto a un plantel conformado por los instrumentistas Marcelo Stenta (dirección musical y guitarra), Julián Cicerchia (guitarra), Marcos Montes (bandoneón), Charly Samamé (bajo), y Cristián Vega (percusión) más los cantantes invitados Agustín Matías Pistone y Vanesa Baccelliere.
Sobre un repertorio de cinco canciones folklóricas que supieron ser éxitos de su trayectoria (El Paraná en una Zamba, Camba Poriajú, Malambo, Chayita del Vidalero y Puente Pexoa), la fortaleza artística en esta presentación de Los Originales Trovadores estuvo en la convivencia acertada entre los arreglos inigualables de armonías vocales -que pueden ir del reposo a la épica en una canción, entre muchos otros recursos estilísticos-, junto a un acompañamiento musical, también familiar y reconocible al oído santafesino, que logró sonar mesurado y encantador mientras sostenía con los colores justos el lucimiento de la voces trovadoras.
En una noche de impronta espectacular por las presencias de El “Indio” Lucio Rojas, Soledad y Jorge Rojas (artistas que llenan la plaza y que en sus repertorios incursionan en el canto telúrico de sus terruños como en el pop melódico indiferenciado, y con eso logran generar algunos momentos artísticos), la propuesta de Los Originales Trovadores pareció resguardar algo del canto popular de otros tiempos; ya sea porque su estética provenga de varias décadas atrás en donde ese modo musical tuvo su apogeo o porque, cotejado con los sonidos que están actualizando hoy en día las canteras de la música popular argentina, Los Trovadores son un reservorio de memoria. Esa comunión de lo clásico con elementos contemporáneos se vio también en la apropiación que realizó el ballet de jóvenes del Taboga a través de sus movimientos coreográficos en el escenario Atahualpa Yupanqui.
Después de su actuación, y cuando los nervios y la ansiedad habían dado paso a la sensación de gratitud y la sorpresa por la energía que se percibe en el escenario, los artistas se mostraron felices por haber sido parte de un colectivo humano que, con trabajo, amor al arte, y apoyo decisivo del Estado Provincial, logró dejar su marca en la historia musical de Santa Fe.
Fuente: Bernardo Maison, La Canción del País