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viernes, marzo 29, 2024
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Soberanía y “criptomonedas”

Por Mauricio Yennerich.-       La soberanía nacional es una palabra que ha sido interpretada por la tradición pedagógica argentina –más específicamente, por los libros de texto escolares de historia, geografía y cívica– como parte de un mandato sagrado.

La soberanía nacional, raramente se discute, en todo caso se defiende. El territorio argentino es “nuestro”, es de todos y por lo general, está amenazado. Sin embargo, si nos preocupa el significado social de esa palabra, la encontraremos, seguramente, menos sencilla.

Un gran historiador inglés, Perry Anderson, para referirse a los territorios feudales, habla de “soberanías fragmentadas”. Los ducados, principados y los reinos europeos eran partes de un rompecabezas.

Siempre me llamó la atención este argumento porque, según me indica la lógica del proceso histórico, difícilmente podría desarmarse algo que aún no se había ensamblado. Es decir, en la época de los Estados Absolutistas –excepto, quizá, la virulenta Inglaterra de Oliver Cronwell–, los territorios nacionales estaban muy lejos de consolidarse institucionalmente, por lo tanto, esta idea de una “soberanía fragmentada” ex ante, si bien es muy ilustrativa y elocuente para el sentido común académico, no deja de ser irónicamente anacrónica.

Como geógrafo considero muy importante el uso de la palabra soberanía por varias razones: primeramente ha quedado, durante  muchos años, confinada al terreno político-militar, evocando límites y fronteras y por ello merece un rescate teórico, creativo, desde las Ciencias Sociales; en segundo lugar, porque genera, tanto en quienes la escuchábamos como alumnos, como en quienes luego tuvimos la posibilidad de enseñarla como docentes, una especie de “sensación de propiedad” sobre el territorio: “nuestra patria”, “el país nuestro”, etcétera. Y en tercer lugar,  porque la soberanía, entraña, para una Geografía Económica atenta a las problemáticas sociales más urgentes, un problema monetario.

En ese sentido me interesa exponer dos argumentos, lo más claramente posible: 1) la cuestión monetaria, financiera, no ha recibido la atención que merece en temas vinculados a la soberanía y 2) las “criptomonedas” –los bitcoins– son un buen ejemplo de la convivencia de unidad y fractura, característico de un sistema capitalista dislocado.

Una de las primeras decisiones que toman los gobiernos para afirmar su soberanía, es la de acuñar moneda propia y respaldarla constitucionalmente. Si el gobierno es confiable, su moneda es sólida y sus finanzas se expanden con restricciones; si, por el contrario, el gobierno muestra escasa o nula capacidad restrictiva sobre sus propias finanzas y sobre la circulación, la moneda pierde respaldo y se producen corridas a otras monedas y bonos con mayor solvencia. El respaldo que el gobierno le da a su moneda, cumpliendo los compromisos, es fundamental para no socavar la legitimidad y la de otros medios de pago referenciados en ella.

Y es aquí cuando entra en escena el Banco Central, cuyo deber es resguardar la soberanía monetaria, controlar la circulación y el crédito. Es el “banco de bancos” como lo piensa Salvador Aisenstein es su tesis doctoral de 1942, disponible en la Biblioteca Soutomayor. Es un hecho que el Banco Central no debe ser intervenido por intereses privados o contrarios al bienestar general que anima la constitución. Lamentablemente, desde la Reforma Financiera de 1977 el BCRA se viene desentendiendo de la suerte de los bancos sub-nacionales y de las instituciones financieras de escala provincial y local.

Por último, un  párrafo sobre las “criptomonedas”, entre las que se cuentan las bitcoins, divisas digitales no reguladas por entidades bancarias, que han aparecido en la opinión pública recientemente tras el anuncio de Facebook de lanzar la propia, llamada libra.

Los que ven en la cryptocurrency un nuevo paradigma, donde los privados empiezan a construir alternativas a las monedas emitidas por los Estados, parecen olvidar que el patrón oro y luego el patrón dólar, no se impusieron por consenso, sino a punta de sable y fusil, en el campo de batalla. Parafraseando el slogan de campaña de Bill Clinton, podríamos decir: “Es la Geopolítica, ¡estúpido!”

El funcionamiento de las criptomonedas recuerda aquel feudalismo al que referimos al principio, el de las soberanías fragmentadas. La diferencia con aquellos es notoria, las de Perry Anderson, eran organizaciones dinásticas más o menos poderosas, que no habían conocido ni remotamente la idea de un Estado nación moderno; éstas, por más belleza que contengan en su formulación matemática, no dejan de ser un emergente típico de un capitalismo dislocado que, por momentos, suele auspiciar aventuras anárquicas. Hasta que el poder de alguna potencia se vea afectado. Entonces empieza a regir la lógica imperial, expansiva, de la seguridad nacional.