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viernes, abril 19, 2024
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Socialismo liberal

Por Mauricio Yennerich.-

Recientemente, el reconocido periodista Rogelio Alaniz, posteó en twitter: “Siempre alenté las esperanzas de un acuerdo histórico, entre un socialismo liberal y un liberalismo con preocupaciones sociales. Stuart Mill y Bobbio. Y sin ir más lejos, el viejo Partido Socialista de Justo, Repetto y Ghioldi alentaron lo mismo”.

Este posteo fue el disparador del deseo de volver nuevamente sobre la idea de un proyecto político, capaz de conjugar planificación económica y libertad. Es decir, acceso de la “mayor mayoría posible” a los bienes materiales básicos, sin que esto implique una claudicación de las libertades individuales. Recordé la entrevista al abogado y docente chileno Agustín Squella, que un querido compañero marplatense -el Profesor Mg. Fernando Manuel Suárez-, publicó el año pasado en La Vanguardia.

De esa entrevista, se rescata la idea de Squella, de rechazar la “opción fatal” entre libertad o igualdad, textualmente, dice que los “liberales recelan de los socialistas y estos a su vez de aquellos, como si no hubiera posibilidad alguna de entenderse, olvidando que liberalismo y socialismo son hijos de la Ilustración y que, tal vez por eso, tengan propensión a enojarse uno con el otro, como suele acontecer entre hermanos.”

El socialismo liberal avanza cuando los liberales aprenden que la libertad no puede defenderse en medio de la miseria generalizada y los socialistas no están dispuestos a cederla, para conseguir una sociedad más igualitaria. En ese sentido, el neoliberalismo no conduce al socialismo liberal, por su precariedad, tanto política como ética.

Asimismo, un punto crítico del problema del socialismo liberal, es decir, de una expresión democrática de raíces cristianas que no desprecia la libertad, es la función sociopolítica de la Iglesia, históricamente discrepante del liberalismo. En la nota de Suárez, Squella se pronuncia, como buen heredero de la Ilustración, por un Estado laico “que no es ni confesional ni religioso, sino neutral, y que tolera la libre profesión y ejercicio de ideas religiosas, como también de ideas contrarias a la religión, sin tomar partido ni por las religiones en general ni menos por una de ellas en particular”.

Para empezar a construir una opción tan sofisticada, es fundamental terminar con la transición a la democracia y consolidarla. Algo que los chilenos, que tuvieron a Pinochet en el Senado hasta el 2002, saben bien.

En Esperanza, se podría empezar con una investigación que analice instituciones socialmente representativas –el municipio, las escuelas, la policía, la sede de las facultades, por mencionar sólo algunas– y considerar cuántos empleados jerárquicos, dirigentes y funcionarios participaron en ellas durante el gobierno castrense y siguieron haciéndolo durante la democracia. Sólo para empezar. Después habría que considerar la tarea más ardua de conjugar una estructura de relaciones de propiedad que –modificada por la vía legal-parlamentaria- asista a los más necesitados y a la vez, sea capaz de no vulnerar la defensa de las libertades.

 

Fuente consultada el 27/6/2019, disponible en http://www.lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2018/12/11/7615/