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viernes, marzo 29, 2024
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Tres categorías para el sinceramiento del Sistema Educativo

Mauricio Yennerich *.-   Si el sistema educativo luchara por despojarse de la bruma auto-condescendiente que lo debilita y se sincerara, podría dar un paso decisivo hacia lo que la sociedad le reclama: que eduque, que enseñe ciencia, que los chicos y chicas aprendan la raíz cuadrada, qué es la democracia, qué produce y dónde está la región de Cuyo, quién fue San Martín.

Como, obviamente, es un sistema que contiene instituciones, este sinceramiento no sólo es recomendable, sino imprescindible y urgente.

 

Tres categorías para un mismo problema: la carencia de una “política educativa”

Del sinceramiento del sistema educativo deberían surgir, de mínima, tres categorías de escuelas: aquellas en las cuales 1) la vida institucional gira en torno al conocimiento; 2) en torno a la integración social y 3) la contención social.

La primera categoría -escuelas cuya vida institucional gira en torno al conocimiento- encarna el ideal de “octava maravilla del mundo” planteado por Perkins en estos términos: “La tradición nos habla de un país maravilloso, con terrazas pobladas de árboles, fuentes y flores, levantado en las márgenes del Éufrates. Nabucodonosor II mandó construir este suntuoso anexo del palacio real hace más de 500 años antes del nacimiento de Cristo”.

El autor de La escuela inteligente nos remite a los jardines colgantes de Babilonia para simbolizar lo que trata de expresar. Perkins interpreta a las escuelas como un invento, una maravilla relativamente nueva. Textualmente: “si hablamos de la escuela pública, de la escuela para todos, de la escuela como parte de una misión masiva que se compromete a llevar conocimientos, habilidades y discernimiento a toda la población con su diversidad de ambiciones, perjuicios, talentos y hábitos. Las escuelas son tan maravillosas como las lamparitas eléctricas, pero no nos asombran porque forman parte indisoluble de nuestra vida cotidiana”. Y todos sabemos lo grave que es perder el asombro, la curiosidad, a la que pedagogos como Paulo Freire le dieron estatus de motor epistemológico.

Las escuelas en las cuales la vida institucional gira en torno al conocimiento, podrían ser un legado sarmientino.

Sería toda una línea de investigación científica conectar la política de Sarmiento con esta categoría, incluso habría que revisarla, porque el ideal al que aspira la generación del `80 es al de una “instrucción” masiva, que sería algo bien diferente a lo que entendemos por “conocimiento”, actualmente. Sea como fuere, las escuelas vigorosamente amarradas al “saber científico técnico” reconocen un antecedente inmediato en el Desarrollismo, la política económica implementada en nuestro país, entre 1968 y 1972.

Quienes deseen conocer en detalle la relación que la educación guarda con la cultura política santafesina, pueden consultar el libro La política en las tramas educativas coordinado por Bernardo Carrizo y Juan Cruz Giménez. De su lectura pude desprender una interpretación quizá un tanto osada que pongo a consideración: la última “política educativa” positiva, que procuró hacer visible un proyecto de sociedad moderna, fue la Desarrollista, que, como sabemos, quedaría eclipsada por la Dictadura del 76, que propuso algo radicalmente diferente: despojar a las aulas del conocimiento social, de las ciencias sociales y apostó por un neo-platonismo. En ocasión de la presentación que hicieron los coordinadores del libro en Santa Fe, tuve la oportunidad de charlar con Carrizo, a quien le dije que me parecía notable que el proyecto desarrollista haya recibido críticas por ser excesivamente “técnico-científico”. En pocas palabras, tras el advenimiento de la democracia, no cristalizaría ningún proyecto educativo comparable con éste, pues, políticamente, ingresamos a un territorio dominado por la incertidumbre.

Las escuelas que adoptan al conocimiento como elemento organizador de su vida institucional, suelen contar con equipos directivos con dos o tres ideas fundamentales muy claras  y planteles docentes que se sienten respaldados por él. Tales escuelas, son el legado más valioso que nos han dejado las luminarias que tuvieron que soportar “la noche de los bastones largos” y marchar al exilio. Tal tradición, salvo honrosas excepciones -la Franja reformista de Adolfo Stubrin en los `80, por caso-, ha quedado sepultada por los experimentos de reforma del menemato y el kirchnerismo, en complicidad con los sindicatos. Lo que nos lleva a las otras dos categorías.

La segunda categoría tiene que ver con aquellas escuelas que combinan esfuerzos por adquirir conocimientos validados científicamente, con inquietudes de carácter social. Son las que han incorporado a su agenda la “cuestión social”, que como en nuestro país y gracias a una dirigencia política, por momentos inepta y por momentos ignorante, es la pobreza. En ellas, los niveles de exigencia se formulan en contacto con “la situación del alumnado”. No necesito abundar en detalles sobre el resultado que da: mayormente, a la hora de sentarse a estudiar, surgen todo tipo de problemas. Esta categoría es tan compleja como atendible, pues sería la primera en reformularse ante un despegue económico, por ejemplo.

Por último, tenemos 3) las escuelas de contención social en las cuales el conocimiento validado por la ciencia tradicional, por la tradición clásica de la modernidad, queda completamente subsumido por la situación de vulnerabilidad. Tanto directivos como docentes, imbuidos en una atmósfera de “integración social” suelen captar la irrupción ontológica  como algo que despierta sospecha, extrañeza. Y se llega a extremos en los que el mandato educativo se pierde en el olvido. Como si un hospital funcionara como tal a la vista de todos, pero en lugar de atender a los enfermos, les enseñara a cantar, hacer pan o a jugar al ajedrez. En las instituciones que han sido forzadas a la “integración”, el teorema de Tales, los cuentos de Borges o la maravillosa disposición en puzzle de los territorios, en el universo íntimo de un mapa, sobre el banco, parece que fueran privilegios inalcanzables e impensados.

*Profesor de Geografía (UNL)