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miércoles, octubre 15, 2025
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Daniel Brailovsky en Esperanza: “La escuela es uno de los últimos lugares donde todavía podemos pensar juntos”

El viernes por la tarde, el pedagogo y escritor Daniel Brailovsky brindó una charla a sala llena en el Club Aarón Castellanos de nuestra ciudad. La actividad fue organizada de manera conjunta por el Instituto Superior Nº 68 y la Escuela Normal Superior Nº 30, y convocó a docentes de distintos niveles en un espacio de reflexión y debate.

A continuación, fragmentos de la entrevista que Brailovsky mantuvo con este medio antes de iniciar su presentación.

– ¿De qué se trató el encuentro con los docentes?

– La idea fue crear un espacio de reflexión pedagógica que en la rutina diaria de las escuelas muchas veces falta. No tanto pensar en cómo planificar o resolver una situación concreta de enseñanza, sino en cuestiones más profundas: para qué enseñamos, qué sentido tiene nuestra vocación docente y cómo se conecta con nuestros modos de estar en el mundo.

– Usted tituló la charla “¿De qué están hechos los docentes?” ¿Qué significa esa pregunta?

– Los docentes estamos hechos de gestos. El gesto de enseñar, el gesto de preguntar, de responder. Como decía María Zambrano, el maestro no es a quién preguntarle, sino junto a quién preguntarse. Paulo Freire también insistía en que todos enseñamos y todos aprendemos. Por eso la charla no fue una exposición teórica, sino un relato narrativo de escenas escolares, analizadas como si fueran escenas de cine, para darles una lectura que vaya más allá de lo evidente.

– ¿Esas escenas cambian con el tiempo?

– Algunas sí y otras no tanto. Por ejemplo, hoy muchos docentes expresan que a sus alumnos les cuesta sostener la atención en clase, pero luego esos mismos chicos pueden pasar horas mirando una pantalla. Eso nos invita a pensar qué tiene Netflix que no tenemos nosotros… pero también qué tenemos nosotros que no tiene Netflix. La otra escena, que se repite desde siempre, es la del alumno que pregunta: “¿Y esto para qué me sirve?”. Allí está el desafío de transformar un tema inicialmente ajeno en un objeto de reflexión compartido.

– ¿El docente debe cambiar su forma de enseñar para parecerse más a las pantallas?

– No necesariamente. Yo creo que la escuela debe defender otras formas de atención. Es uno de los pocos espacios que quedan donde se puede dedicar tiempo sostenido a un contenido, aunque parezca aburrido o inútil. Estudiar los Aztecas, por ejemplo, no tiene aplicación práctica inmediata, pero justamente por eso nos abre al mundo y nos saca de nosotros mismos.

– ¿Qué piensa sobre la irrupción de la inteligencia artificial en la educación?

– La tecnología siempre interpela a la escuela. Ya Sócrates criticaba a la escritura porque la veía como un atajo. Hoy nadie duda de que sin escritura sería difícil pensar. Con la inteligencia artificial pasa algo parecido: puede ser útil, pero también genera la sensación de invasión porque desplaza capacidades. En mi caso, he vuelto al cuaderno, a la escritura a mano, a la producción artesanal en clase. Creo que esos espacios siguen siendo insustituibles.

– ¿La vocación docente necesita ser reivindicada?

– La vocación de educar siempre estuvo presente. Lo que sí necesita ser reivindicada es la escuela como institución. Durante años se la criticó por reproducir desigualdades, pero hoy, en su fragilidad, debemos defenderla. ¿Cuántos espacios existen fuera de las aulas en los que personas desconocidas se reúnen para pensar juntos sobre cosas que no tienen que ver con lo práctico ni con lo inmediato, sino con lo que nos hace mejores? La escuela sigue siendo ese lugar transformador.