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Volver al futuro: una revisión del cambio de gobierno de 2015

En abril de 2011, en un acto en Santiago del Estero, la entonces Presidenta Cristina Fernández de Kirchner dirigió una elipsis al Grupo Techint: “Las corporaciones de turno no pueden ocupar nunca más la Casa de Gobierno para tomar decisiones, como hicieron durante años. El que quiera hacerlo que abandone la corporación y cree un partido político”.

Una década después, aquella expresión, fue adquiriendo connotaciones de oráculo, pues, en efecto, recogiendo los retazos de los partidos tradicionales, con políticos provenientes del management, abogados de negocios pertenecientes a las familias tradicionales y el apoyo de un sinnúmero de organizaciones no gubernamentales, se fue armando el PRO, un partido que capitalizó la voluntad de “hacer algo” generada en estos sectores luego de la crisis del 2011; superando la flaqueza de precedentes como la UCEDE, Acción por la República y Recrear; y captó al colectivo indignado resultante del conflicto entre el gobierno y las entidades del agro, en 2008. Es decir, transformó una serie de difusas identidades de impugnación al gobierno, en una propuesta partidaria concreta y apelando al pánico de una “chavización”, reclutó a los miembros de la alta gerencia de los Grupos Económicos, para, finalmente, en 2015, en un escenario polarizado, abrirle, por primera vez en la historia, la vía democrática de acceso al gobierno a una fuerza política promercado.

El triunfo electoral resulta coherente con las nuevas formas de condicionar la política estatal que surgieron en la década de 1980, en el marco del nuevo patrón de acumulación de capital basado en la valorización financiera; y el “giro copernicano” que se dio, es el que va desde una etapa de crecimiento económico y redistribución del ingreso a favor de los asalariados, a otra de endeudamiento, caída de los salarios reales, recesión y fuga de capitales.

Si los gobiernos antiperonistas vienen tallando la historia política mediante golpes militares, entonces el triunfo de Cambiemos es un punto de inflexión, no sólo por su modalidad, sino porque buscó adecuar la estructura estatal a las necesidades de los oligopolios y modificó el orden de prelación de las variables de la economía. Un cambio de tal magnitud, se comprende con el concepto de bloque de poder y de instituciones del Estado, pues, las diversas formas de Estado y formas de régimen están marcadas por cambios en la hegemonía entre diversas fracciones burguesas y las segundas son, momentos de la objetivación social, para llegar al Estado partiendo de las relaciones capitalistas de producción.

Analizar este cambio de gobierno, en clave hegemónica, es distinguir también, por un lado, la postura de Vladimir Lenin, centrada en que el proletariado ruso alcance un nivel de cohesión coherente con el objetivo de desplazar al zarismo —por la violencia— del aparato estatal, promoviendo la hegemonía política del proletariado; de Antonio Gramsci, por el otro, quien pensó la cuestión a la inversa, desde la primacía de la sociedad civil sobre la sociedad política, en un contexto social en el cual, la suerte de la implantación de la democracia, que supone un igualitarismo individualista de tipo liberal, estuvo ligada a una sociedad abrumadoramente analfabeta, desmovilizada, con una estructura clientelar de comarca y una mentalidad paternalista orgánica. En otras palabras, la igualdad normativa requerida por la democracia, en la Italia de Gramsci, no guardaba relación con la desigualdad imperante en aquel mundo de vínculos comunales primarios

Al priorizar lo civil, Gramsci contribuyó con la noción de transformismo, forma que prescinde, tanto de la coacción típica de las dictaduras, como de la concesión de favores y privilegios tendientes a garantizar la “gobernabilidad”; y en la que el bloque histórico integra, subordinadamente, a los jefes políticos de los sectores subalternos, creando nuevos partidos que resultan atractivos a los sectores relegados; y recluta intelectuales de base, lo que, por “decapitación intelectual”, restringe el poder de cuestionamiento de las clases populares hacia el régimen de acumulación de capital vigente.

El transformismo se observa en Argentina tras la última dictadura, cuando los sectores dominantes cooptaron al partido político del gobierno, haciendo prevalecer sus intereses mediante los intelectuales orgánicos.

Ejemplos de intelectuales orgánicos del bloque de poder del menemismo, podrían ser, en calidad de “técnicos de primer grado”, el economista Javier Bolzico, actual Presidente de la Asociación de Bancos Argentinos (ADEBA), quien coordinó internamente el proceso de privatización del Banco de Santa Fe, y el entonces Subsecretario de Programación Regional, Rogelio Frigerio (nieto), quienes, junto al actual gobernador de Santa Fe, Omar Perotti, actuaron en la misma línea, buscando adhesiones orgánicas para la privatización, éste último en calidad de Ministro del gobernador Jorge Obeid. En el plano de los intelectuales orgánicos de primera línea, también llamados “funcionarios de las superestructuras que elaboran ideología”, encontramos al periodista y “filósofo” Mariano Grondona, encargado de presentarle a la opinión pública el proyecto de reformas estructurales impulsadas por el menemismo como inevitables y necesarias. “Ustedes saben —editorializaba en su programa— que prácticamente medio mundo, toda Europa del Este, toda América Latina, están viajando hacia el capitalismo. A esto se llama el ajuste. ¿Por qué se llama el ajuste? Porque no se pasa del estatismo, del comunismo, del socialismo, del estancamiento, a ser Alemania Occidental, Japón, Italia. No. Hay un bache en el medio. Yo a veces lo llamé la teoría del purgatorio, es decir, antes de estar mejor se empieza por estar peor” (Hora Clave, 19/09/1991).

Estos intelectuales son fundamentales para dotar de homogeneidad y conciencia de sí a los grupos sociales, afirmando su posición en el mundo de la producción económica, pues, cada grupo social tiende a formar una capa de intelectuales a través de los cuales se expresan y se comprenden los intereses del bloque histórico, en una simbiosis en la cual las relaciones entre intelectuales y pueblo-nación, —entre gobernantes y gobernados—, son dadas por una adhesión orgánica en la cual el sentimiento de pasión deviene comprensión y, por lo tanto, saber; por lo cual su función es decisiva en los bloques sociales de los diferentes patrones de acumulación de capital.

Un patrón de acumulación de capital es una categoría económica —y por lo tanto hermenéutica— mediante la cual se vinculan procesos sociopolíticos. El patrón de acumulación vigente, por ejemplo, entre 1880 y 1930, fue el agroexportador. Se sustentó en la producción agropecuaria, y su bloque histórico de grandes propietarios terratenientes, fue la oligarquía pampeana, que gozaba de un acceso preferencial a la definición de las políticas estatales. Desde el comienzo esta oligarquía se arraigó firmemente en las actividades industriales, pero conservando su condición de grandes terratenientes.

La industrialización —la etapa simple de sustitución de importaciones, 1930-1958 y la más sofisticada, 1958-1975—, impulsada a partir del bloque sectorial textil, profundizada por el peronismo y consolidada tras la urbanización del éxodo rural, fue erosionando las bases estructurales del patrón agroexportador, dando lugar a una burguesía nacional, que si bien se constituyó como fracción del capital, no ejerció el predominio económico, que siguió en manos del capital extranjero industrial. En este proceso el peronismo logró consolidar a la clase trabajadora como factor de poder, creando con ella una histórica relación de mutua condescendencia, rota, y a la vez exacerbada, por los dramáticos bombardeos de 1955, el desarrollismo antipopulista y las sucesivas alternativas dictatoriales.

Contemporáneamente, en la dinámica histórica de los patrones de acumulación, aparece la variante “valorización financiera” del capital, cuya génesis local hay que buscarla en las operaciones de toma de deuda externa que realizan las fracciones del capital a partir de la década de 1970, para transacciones especulativas, consistentes en tomar créditos en el exterior —deuda externa—,  a  tasas de interés más bajas que las del mercado interno, y ofrecer préstamos en el ámbito doméstico, retroalimentando el circuito con los beneficios obtenidos.

El proceso de valorización financiera es regresivo en la medida en que la producción de crédito no está orientada al financiamiento de inversiones, adquisiciones de capital o pago de salarios, sino que deviene un instrumento para la obtención de ganancias nominales de corto plazo. Por consiguiente, al interior de la configuración estructural de la economía, el mecanismo especulativo financiera se transforma en un problema económico de primera magnitud. Los U$S 46.000 millones que el gobierno del PRO dejó como saldo deudor en la Administración Central, la desinversión y la recesión características del ciclo, así lo demuestran.

El PRO en el gobierno, además, logró alterar el orden de prelación de las variables económicas, concepto que requiere del seguimiento de la tasa de agregación y del valor relativo de las variables fundamentales de la economía, a saber, Productividad, PBI, participación de los asalariados en el PBI, inversión pública y privada, reinversión de utilidades, deuda externa, intereses de la deuda, fuga de capitales, PBI industrial, PBI industrial/PBI total, número de agentes financieros, naturaleza de los préstamos —divisas o pesos—, stock ganadero, área sembrada, concentración de la actividad económica, inversión con promoción industrial, etc., de las cuales: endeudamiento, tasa de interés y fuga de capitales, muestran crecimientos prácticamente exponenciales. Se dice entonces que hay una valorización financiera del proceso de acumulación del capital con alteración en el orden de prelación de las variables económicas, siendo, como dice Eduardo Basualdo: “las diferencias de evolución relativa de los agregados económicos o de las grandes actividades económicas indicadores del impacto que tienen las políticas económicas en términos estructurales y, por lo tanto, permiten comprender los sesgos de la economía en el corto y largo plazo”.

La condición previa de esta valorización del capital es la concentración económica, técnica y financiera, observada en el caso argentino. Los grupos empresariales que protagonizaron tal concentración fueron subcontratistas del sector público y a excepción de  Bunge y Born y Alpargatas, casi todos tienen su origen en la primera fase de industrialización.

La segunda oleada es de la década de 1970 y principios de 1980, y se explica por las políticas públicas de promoción industrial sectorial, lo que pone en evidencia, una vez más, el hecho de que la acción estatal incidió fuertemente sobre la conformación inicial de los conglomerados, que dispusieron de accesos diferenciales a planes de promoción, adquirieron capacidad de absorción por fusión y ampliaron su espectro de actividades financieras.

La tercera ola responde a la apertura económica de los años de la década de 1990; a las privatizaciones; a la participación de los conglomerados en la producción de infraestructura —rama en la cual el sector público se había retirado— y a la explotación de los recursos naturales.

En definitiva, los niveles de concentración de la actividad económica, en coalescencia con la centralización de capital y la configuración de los conglomerados, explican el pleno impacto que tuvo la financiarización de la economía global en el ámbito doméstico.

Esta centralización del capital es un proceso en el cual unos pocos capitalistas acrecientan el control sobre la propiedad de los medios de producción a través del control sobre diversas firmas que actúan en distintas actividades.

En conclusión, los gobiernos pueden modificar la estructura de relaciones capitalistas de producción, transformando las instituciones estatales. En ese sentido, lo obvio, de ahora en adelante, debe ser analizado.

En el caso puntual del triunfo electoral de Cambiemos, se da un cambio drástico, convalidado democráticamente. El concepto de transformismo permite analizarlo evitando los lugares comunes en los cuales “Macri es la dictadura”. Ha quedado claro, asimismo, que la fracción de capital que sostuvo a la alianza cambiemita es primordial, por no decir, netamente rentística-financiera. Desde el minuto cero esto quedó demostrado en la claudicación del macrismo en la cláusula pari passu del juicio del siglo, en beneficio de los fondos especulativos y en perjuicio de la soberanía. En otras palabras, la cláusula pari passu, introducida por el juez Griesa, prohibió pagar deuda reestructurada soberanamente, sin pagar también a los titulares de los fondos buitres.

Para ganar, los intelectuales orgánicos del régimen, con Jaime Durán Barba a la cabeza, en sintonía con la base “difusa” del PRO, lograron adhesión mediante nociones tales como el amor y la felicidad, invirtiendo todo el arsenal en acciones de oposición y una vez desalojado el populismo, empezaron a justificar el desmejoramiento de la situación social con la “pesada herencia” kirchnerista y mediante una forma discursiva históricamente conocida: presentar el ajuste como medida transitoria. Estrategia de Grondona y su “teoría del purgatorio” es decir, “antes de estar mejor se empieza por estar peor” y de Álvaro Alsogaray y su exhortación a “pasar el invierno”; sin embargo, Cambiemos agregó notas de perversidad típicas de las oligarquías, cuando el Ministro Nicolás Dujovne se jactó de haber hecho el ajuste sin estallidos sociales.

Pero el punto crucial sigue siendo la naturaleza, esencialmente inalterada, de las instituciones estatales. El kirchnerismo fue “adaptativo”, logró instaurar un régimen específico dentro del orden capitalista, a partir de su estrategia de ampliación del consumo personal, pero no diseñó un Sistema Financiero Bancario, capaz de direccionar los excedentes hacia la industria manufacturera, sector que podría protagonizar la tan anhelada transición de la economía nacional al centro de la economía mundo.

Mauricio Yennerich*

*El artículo fue escrito en el marco del seminario “Conceptos fundamentales de economía política” de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).