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sábado, mayo 18, 2024
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Agustiniana

En sintonía con la serie de reflexiones que les hemos acercado en torno a la noción de cuaresma como “puesta a prueba”, nos ha parecido oportuno recurrir a una de las luminarias más intensas del cristianismo, a San Agustín, para alejar los demonios y fantasmas del temor y procurar creer y comprender.

Agustín de Hipona ha llamado al amor “querer del alma”,  “fuerza y movimiento interno que actúa en el interior del hombre para que este llegue al conocimiento de la verdad”. No obstante, el camino a la verdad es agreste.

El que fuera llamado Genio de Europa, Santo doctor, doctor de la verdad, o simplemente Agustín, descubre, en el siglo IV que “quien duda, no puede dudar de la verdad” y halló en la duda, el principal argumento contra los escépticos o académicos, pues afirmaba que, en el dudar, se encuentra la evidencia de la vida. Es decir, si, como han dicho los escépticos, podemos engañarnos, en ese engaño está la clave de la existencia, pues, quien no existe no puede engañarse, entonces, “¿cómo me puedo engañar sobre la existencia siendo tan cierto que si me engaño existo?”.

 

El camino hacia la sabiduría

Hay un punto de inflexión en la vida del Hiponense: una vez que hubo reconocido la autoridad de las Sagradas Escrituras, su horizonte intelectual se ensanchará notablemente, abrazando dos ideas fundamentales: la sustancia de Dios es incorruptible y la naturaleza divina es inviolable, impenetrable al mal.

A partir de éstas dos convicciones se ha encaminado hacia la pregunta por la raíz del mal y ha encontrado que, si, tal como sostenía la tradición escolástica hasta ese momento, el mal no existe y, no obstante ello, permanecemos temerosos al mal, ¿no será acaso que el temor es la semilla de todos los males? Y, en ese sentido, ¿por qué habríamos de temer a Dios que es bondad infinita y que no puede aspirar a ser bueno, pues él es el bien?

 

Cristo, la Biblia y la Iglesia: los tres pilares agustinianos

En su estancia en África, posterior a su paso por Roma y Milán, donde enseño retórica y ha ido trabando enriquecedoras relaciones de diálogo fructífero con los escépticos, los neoplatónicos y los académicos, Agustín ha reconocido en Cristo, la Biblia y la Iglesia los tres pilares de su vida monástica. En esta etapa concibe a la autoridad y a la razón como una relación capaz de iluminar la mente humana. Este nuevo enfoque de la verdad, producto de la dialéctica entre fe y razón, le ha permitido concebir la idea según la cual el hombre que es capaz de alcanzar la sabiduría, la vida feliz, “cree para comprender y, de algún modo también, comprende para creer”.

Mauricio Yennerich

Fuente: Lazcano, Rafael, 2010, “El amor a la verdad según Agustín de Hipona”, Revista Española de Filosofía Medieval, 17, ISSN: 1133-0902, pp. 11-19.