El Padre Tadeo Giza presidió la misa en el lugar sagrado donde descansan los verbitas que han alcanzado la eternidad de sus vidas.
En ese espacio verde, cargado de flores, el canto de los pájaros, la calidez de la celebración dio al corazón de los presentes una experiencia única.
Había entre los fieles, licendiados, doctoras, albañiles, amas de casa, jubilados, empresarios y educadores, entre otras profesiones, pero igualados ante el altar por una condición, todos hermanos en Cristo.
No fueron más que unos 20 minutos, y si el cuerpo y la sangre de Cristo fue el alimento central de la celebración, la homilía fue extraordinaria.
El Padre Giza, dijo que a esa hora en su país, Polonia, todas las capillas estaban celebrando el Día de los Muertos porque es asueto nacional. Pero a diferencia de la primavera de Esperanza, en su patria hacía tres grados bajo cero.
Expresó que en la historia ni la mejor ciencia ha podido definir la muerte ni la vida, pero que para el cristiano, la vida es su hermano, el otro y cumplir con nuestra misión en la tierra.
Saber que nuestros seres amados, por el poder de la resurrección están vivos y que estar vivo es amar de la misma manera que Jesús nos amó. “Creer en la vida nos da el real sentido del valor de la muerte” dijo.