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miércoles, mayo 1, 2024
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Laura lleva la magia del mundo en sus ojos y en su arte

Laura Nardín Alonso pudo ser arquitecta, pero quiso vivir otra vida antes de serlo algún dia. Creyó a los 18 años que el mundo era grande, enorme y una maravilla para conocer. Hace cinco años, se armó su mochila y salió a caminar.

Provincias argentinas, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia. Pasaron cinco años y retornó a su ciudad.
Trajo a su perro amado. “Es muy normal en cualquier país viajar con tu perro. Sólo en Argentina es imposible. Llegué sin problemas hasta Jujuy. Y nadie me quería traer a Esperanza. Estuve dos días hasta que un camionero, me subió con mi perro, me trajo a Esperanza, cenó en mi casa y al otro día siguió viaje con su camión. Hay gente maravillosa en el mundo, sólo hay que caminar para encontrarla” nos cuenta mientra va armando su muestrario en Plaza San Martín, porque necesita vender sus productos para hacer un poco de dinero y volver a Colombia.
“Vine para poder hacer los trámites por mi pasaporte y demás papeles.
¿Avión? No. Nunca me subí a un avión, a pie. Viajando en un poco de todo. Vendiendo y cantando de manera callejera o en lugares donde me contratan por una noche y a Esperanza llegué en camión, con mi perro”.
Laura cuenta que estudió en el Colegio San José y en la Escuela Normal Superior, que se fue a Entre Ríos, y estudió arquitectura en la Universidad Nacional del Litoral por unos dos meses.
“Tenía 18 años y ansias enormes de vivir otra vida, conocer otras cosas, ver el mundo por mí misma. Y decidí que la vida de una profesional debía esperar un poco. Armé mi mochila y salí a recorrer el mundo, que es hermoso y estoy muy feliz de mi decisión”.
Sobre cómo logró sobrevivir siendo tan pequeña dijo: “El mundo te enseña. Tenés que tener el corazón y la mente abierta. Te vas encontrando con gente que te enseña si vos prestás atención y querés mejorar. En todos los países hay gente extraordinaria de la cual podés aprender. La tierra es una sorpresa todos los días”.
Letrista, música, cantante “toqué en muchos países, en la calle, en bares, y hoy formamos un grupo en Colombia y trabajamos mediante contrataciones, y nos va muy bien. Estamos en facebook y en las redes sociales” nos cuenta.
Vive en la isla Barú. Paradisíaco destino de viajeros del mundo, cerca de una ciudad bella e histórica del caribe colombiano, como lo es Cartagena, cargada de historias, de música, de color y de una gastronomía única.
Pero su talento se muestra también en su espíritu orfebre. Su trabajo es mágico, se diría que es tan bueno como cualquier joya de joyería.
“Las piedras son de Perú, trabajo con metales, todavía en plata y oro no, porque no me da el presupuesto. Una obra de esta vale dos mil dólares en cualquier parte, pero en Argentina el tema del dólar es un drama. Argentina es un país carísimo en la región” nos cuenta.
“Por ejemplo, no existe país más caro para alquilar. Las diferencias son enormes con el resto de los países latinoamericanos. Yo aquí no me podría mantener. Estoy y voy a permanecer porque tengó el hospedaje de mi familia, sino es imposible. En cualquier parte en Latinoamérica, el hospedaje es infinitamente más barato” comenta preocupada porque necesita vender sus productos para poder volver a Colombia pasando por varios países hasta su destino: Barú, que hoy es su casa.
Nos cuenta de su niñez y adolescencia en su ciudad natal, de su padre-  que supo vender El Colono del Oeste como otros esperancinos de pibes que hoy son  emnpresarios, profesionales y políticos reconocidos que señalan con orgullo y en voz alta haber sido canillitas de este medio gráfico que les enseño el valor del trabajo y de ganarse la moneda honradamente desde pibes- que hoy trabaja en el campo, de su hermano, de su madre de apellido Alonso.
Dice de sus experiencias en los distintos países, los territorios y las personas que le dieron identidad a su vida. Habla del aprendizaje en los oficios, del crecimiento madurativo abierta a las nuevas experiencias que la vida le da cada día, de su arte callejero, de su trabajo en la noche y cuenta del arte de la música y el canto.
Tiene una sonrisa y unos ojos iluminados y con ella, va su perro, un Collie, cuya raza es de origen escocés, que trota y salta en la Plaza San Martín y que hizo los 7.014 kilómetros por tierra, desde Barú hasta Esperanza, junto a ella, acompañando la aventura nueva de volver a casa y abrazar a su familia y a los amigos que un día la vieron partir con su mochila en la espalda y florecida en sueños en su corazón. Es viernes en el atardecer en la plaza principal de Esperanza, ella toma su guitarra y canta. La gente la mira con agrado, los chicos y las chicas con sorpresa.
Los esperancinos, especialmente las mujeres, le preguntan por un pez caballito de mar que es una obra de arte, por collares con perlas que maravillan.
Ella atiende con una sonria encantadora. El sábado al atardecer estará en la plaza y el domingo también y tal vez además vaya al Parque de la Agricultura Nacional. Necesita el dinero para volver a su paraíso, el que buscó desde su corazón adolescente, y encontró su magia de mujer
Daniel Frank.