Era una noche fresca y lluviosa la del sábado en Esperanza. El agobio y la locura del calor de infierno de la noche de viernes había pasado.
Cerca de las 21 una pareja decidió ir a comer pizza y tomarse una cervecita fría en una pizzería del centro.
La moza levanta el pedido en la mesa de la vereda- todavía no llovía- y la pareja charlaba, cuando se acerca un pibe de no más de 12 años en bicicleta.
– No tendrían algo para darme?
– Qué cosa necesitarías?
– Algo para comer.
-Sentate a comer con nosotros.
-No. No puedo. Tengo que llevarle a mi familia.
– Todavía no nos sirvieron la pizza. Venite en un ratito y te damos.
El chico dijo “bueno” y se fue, en una bolsa de nylon llevaba unas tiras de pan y en la otra, de tela, alguna fruta que le dio la gente.
La moza cumplió con el pedido que depositó cortesmente sobre la mesa.
La pareja dejó la mitad de la pizza. Las primeras gotas comenzaban a caer sobre la ciudad.
– Hola
– Hola pibe. Esperá que llamamos a la moza para que te lo envuelva.
– Bueno, muchas gracias.
– Por qué tenés la muñeca vendada?
– Porque me caí acá a unas dos cuadras y un señor me ayudó y me vendó en su casa.
– Y qué hacés por la calle?
– Salgo a pedir comida para mis hermanitos.
– Cuántos son?
– Cuatro, todos más chicos que yo.
-Y dónde vivís?
-En el Barrio Sur.
– Y tus padres dónde están?
-En la cárcel, están presos los dos.
– Y con quién viven?
– Bueno, ahora con mi mamá, porque le dieron la libertad domiciliaria para que nos cuide a nosotros.
– Y de qué viven si tu papá está preso y tu mamá no puede salir de tu casa?
– De lo que podemos.
La ley
Nadie obliga a una persona a delinquir. Y hacerlo, tiene un costo penal.
Esa es la ley y la justicia humana. Y las comunidades hacen marchas por las calles y plazas, protestan y reclaman en las redes sociales, y conminan a los gobiernos para que terminen con el delito que los victimiza.
Quieren que el Estado, en sus diversas formas, protejan a los ciudadanos.
Y es lógico. Es la ley.
Detrás de la ley
Sin embargo, las víctimas del sistema se esconden detrás de la ley.
Víctimas son las que ganan con un enorme esfuerzo su casa, su moto, su dinero, sus bienes, y les son robados por gente que merece ser sancionada para que recapacite y torne una persona de bien en la comunidad, que respete la propiedad ajena. Una vez el delincuente preso, la gente vuelve a la cotidianeidad de su trabajo y sus intereses. El que daña está tras las rejas y allí se quedará, se ha recuperado la seguridad. El problema es que detrás de la ley se esconden cuatro niños no mayores de 11 años, que también son las víctimas de sus propios padres.
Este pibe se hace responsable hoy y por años, de sus padres, y de sus hermanos. A los 11 años se tiene que hacer cargo que su familia al menos coma, se alimente.
Otros como él, salen a robar. Y a beber alcohol y a drogarse con lo que sea.
Con la seguridad del padre y la madre bajo la acción de la Justicia, la sociedad descansa tranquila porque tiene seguridad para sus vidas y sus bienes, mientras esa misma acción, se procrea la peor inseguridad: la de cuatro niños que no saben si van a comer hoy.
El Estado y el mundo adulto ya puso preso a sus padres, en un todo de acuerdo a la ley.
Y esa misma acción desprotege hasta los niveles más cruentos, a cuatro criaturas que también son víctimas. Que son castigados con el peor castigo a un humano: el abandono, por parte del mundo de los adultos. Y de la manera más brutal. Si no tienen para comer, cómo irán a la escuela.
Al padre, la Justicia y la Ley les ha privado de la libertad. Pero el castigo se extiende.
A los cuatro niños, la Justicia y la Ley, por extensión, les ha privado hasta de lo más esencial: hasta de comer.
– Tomá pibe. Le dice una mujer que en la pizzería ha visto la escena por la ventana junto a toda su familia. Y le deposita en las manos, unos billetes que han juntado con su familia, conmovidos por la escena.
– Bueno, me voy a mi casa.
– Si, porque ya es tarde y tus hermanitos tendrán hambre, le dice la pareja, mientras tratan de juntar sus cosas y “mudarse” adentro de la pizzería porque las primeras gotas en la ciudad amenazan con hacerse lluvia.
El pibe se sube a la bici, con algo de dificultad por la mano derecha vendada, y toma la calle Sarmiento, hacia el sur.
Está contento y ansioso por llegar a su casa, no sólo para escaparle a la lluvia, sino porque les lleva la comida, cuya responsabilidad el mundo adulto le ha impuesto.
Después vino la lluvia…
Daniel Frank