Sin dudas que había miles. Tal vez incontables. Mil más, mil menos, lo cierto que el carnaval en Esperanza tiene firma en su orillo. Y todos los años se renueva. Y a la gente le gusta, lo disfruta en familia.
A la vera de la calle Dr. Gálvez los sillones, las mesitas en muchos casos, y de cenar había de todo. Mucha gaseosa, escaso alcohol y una enorme sonrisa. Más que familias, en algunos espacios eran reuniones de familias.
Una masividad absoluta como para cantarle a lo popular, lo bien de pueblo y en absoluta paz y seguridad, sin miedos.
Y las palmas contagiosas, los chicos con las espumas por todos los rincones, los bares trabajando a full, los disfraces, las carrozas, las batucadas, los cuerpos de baile, las reinas. La música espectacular de Kaniche. Una fiesta.
Con la delicadeza de ser libre y gratuita para todo público. Para el que puede pagar y comprará en un bufet ayudando a una institución esperancina y para el que anda escaso de fondos. Para que la gente, de a poquito se vaya despidiendo del verano y de la vacaciones con una sonrisa en el corazón.
Y los coros cantando: “no, no hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantando”.