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viernes, abril 26, 2024
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Vigencia de Malthus en tiempos de pandemia

Cuando el clérigo anglicano Thomas Malthus publicó, en 1803, su Ensayo sobre el principio de población es dable conjeturar que no habría imaginado la vigencia que sus observaciones acerca de la relación entre crecimiento demográfico y recursos para la subsistencia han venido teniendo, tienen y, seguramente, tendrán.

La lógica de su argumento es la siguiente: la población crece, de generación en generación —es decir, con una frecuencia de 25-30 años— de manera geométrica; y los medios para la subsistencia —alimentos, abrigo, vivienda, etcétera— aumentan en proporción aritmética.

Una progresión numérica es geométrica cuando los términos que integran la secuencia se multiplican por un número constante o razón. Así, la progresión 5, 15, 45, 135, 405… tiene un factor de progresión igual a 3. Por su parte, en una progresión aritmética positiva, la sucesión de números que la integran tiene una distancia constante y se van sumando. De tal manera, en la sucesión 3, 6, 9, 12, 15, 18… la diferencia o distancia constante es también igual a 3. Son dos formas de secuenciar una progresión, en un caso se habla de crecimiento exponencial, en el otro, de crecimiento aritmético.

 

El principio de explicación multifactorial

Entonces Ceteris paribus —palabra del latín utilizada frecuentemente por los economistas cuando quieren significar condiciones sociales imaginarias y estables— para Malthus, la población crece multiplicándose y los recursos adicionándose. No obstante, en los análisis socio-demográficos postular la ceteris paribus habría de carecer de validez operativa, pues lo que se busca es comprender un determinado problema social, lo que requiere considerar, sobre todo, las especificidades y las variaciones. En consecuencia, la relación entre población y recursos, planteada por el erudito británico, debe acompañarse, necesariamente, de una explicación multifactorial.

 

Los derrumbes demográficos y el auge o “baby boom”

Las pestes y las guerras han actuado, históricamente, como fenómenos capaces de producir variaciones notables en los términos de la relación malthusiana que hemos esbozado. Se habla, por ejemplo, del “derrumbe demográfico del siglo XVII en Hispanoamérica”, para referir la ocurrencia de los efectos combinados de las matanzas, la proliferación de enfermedades contagiosas traídas por los conquistadores, la usurpación del suelo, la modificación de los hábitos de alimentación, la explotación en el trabajo obligado en las minas, para la extracción de oro y plata y, finalmente, la angustia experimentada por la población amerindia. Factores que han producido un declive tan severo, que se lo suele llamar también “hecatombe”.

Con mucho más rigor estadístico, ya en el siglo XX, se pueden constatar las consecuencias demográficas de los efectos combinados de la Primera Guerra Mundial y la Gripe Española. Otra dramática situación, desde el punto de vista poblacional, se produjo tras la Segunda Guerra Mundial. Saldada, subsecuentemente, con un auge demográfico en los años 50 y 60, que se explica por las condiciones ofrecidas por los estados de bienestar en todas sus formas y por los avances de las políticas sanitarias: vacunación, antibióticos y proliferación de hospitales públicos. A este período de auge se lo conoce como “baby boom”, en clara alusión al comportamiento de la variable natalidad. Para dimensionarlo, bastará recordar que, en los años 60, era tal la preocupación de los estadistas por la “sobrepoblación”, que muchos países periféricos solo accedían  a préstamos del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial (BM) o incluso de las primeras fundaciones de orientación filantrópica, como la del magnate John Rockefeller Jr., sí —y sólo sí—, presentaban un plan de control poblacional.

 

¿Genocidio?

Recientemente, tras la declaración de pandemia, la cuestión demográfica apareció solapada tras otras de carácter, aparentemente, más urgente: entre ellas, la cuestión económica y la disputa entre quienes sostienen que deben relajarse al máximo las medidas de aislamiento social, aunque ello implique la ruina de muchas empresas y la cuestión política, en relación al debilitamiento o fortalecimiento de gobiernos y regímenes que la pandemia habría de provocar. También ha aparecido una preocupación latente por el futuro inmediato, es decir, cuándo y cómo se saldrá de esta crisis sanitaria. No obstante, en estas horas dramáticas que hemos venido viviendo, un vocablo activó de pleno el problema de fondo, el socio-demográfico: el vocablo “genocidio”, articulado por el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva para referirse a la situación pandémica en Brasil.

Mientras países como Corea del Sur han logrado aplanar la curva de contagios con mínimas medidas de aislamiento social y sin detener prácticamente la marcha de la economía, otros, como el de Lula da Silva, están viviendo momentos extremadamente difíciles. En efecto, merced a su ubicación geográfica central en el conjunto de países que han protagonizado el auge de prosperidad del Este Asiático, propulsado por China, Corea del Sur es presentado, sobre todo por la prensa liberal, como una especie de ejemplo a seguir. Ya en marzo, Peter Earle del American Institute for Economic Research (AIER), ha planteado que “Corea del Sur está aprovechando los derechos de propiedad privada para frustrar la propagación del virus”. Además, agregó que “se han establecido tests de prueba para conductores en todo el país, por medio de los cuales las personas, después de un examen de 10 minutos, son notificadas a las pocas horas, si están infectadas (…) y los infectados son tratados en centros cuyo espíritu es el de una cuarentena suave”. Entre las variables claves que explican este desempeño, aparecen la experiencia con otros SARS, como el HIN1, o influenza y el alto nivel de acceso personal a la tecnología del que disponen los surcoreanos. Lo que ha hecho posible el distanciamiento inmediato, poniendo en práctica telecomunicaciones y otras tecnologías.

En contraste, en Brasil, Lula da Silva, como se ha consignado, acusó a Jair Bolsonaro, el presidente en ejercicio, de estar causando un genocidio, textualmente dijo: “soy católico, rezo para que el pueblo brasileño escape de este genocidio” y es que en poblaciones muy vulnerables, por su pobreza e ignorancia, no hacer nada basta para provocar un desastre.

En definitiva, el descubrimiento de Malthus sigue vigente, nos ha advertido acerca de la diferencia radical entre el comportamiento de la población y la disponibilidad de recursos para que ésta pueda sostenerse. En los extremos, algunos estadistas optan por mirar para otro lado y otros, más inmorales, parecen asumir que tienen “población excedente”. En general, como siempre que se trata problemas sociales agudos y de escala global, la mayoría de los estados parecen ir detrás de los acontecimientos.

Mauricio Yennerich

 

Imagen: Thomas Malthus fue un clérigo anglicano que vivió entre fines del siglo XVIII y principios del XIX. Es el responsable de introducir la cuestión demográfica en el temario de pensadores de la talla de David Ricardo y de Karl Marx. La sencillez y transparencia de su descubrimiento, pone en primer plano la necesidad de una administración racional de los recursos centrada en valores tales como la reciprocidad, la solidaridad y la colaboración. Pero sobre todo, la evidente diferencia de crecimiento población-recursos, desafía a los gobiernos.